Julieta dijo que se mataría antes que casarse con París. Como recurso extremo para frustrar el nuevo enlace, un fraile le dio un frasco, cuyo contenido debía beber la víspera del matrimonio que su madre había concertado. El frasco contenía una droga que la haría caer en un estado de catalepsia con toda la apariencia de la muerte, y así sería llevada a la cripta de la familia. Mientras tanto, fray Lorenzo había mandado por Romeo, para que cuando Julieta despertara de su largo sueño, su esposo estuviese a su lado, pronto a llevarla a Mantua.
El arriesgado plan del fraile se había llevado a cabo tan puntualmente, que Romeo llegó a la tumba después que Julieta había sido depositada en ella; pero llegó pensando que estaba realmente muerta y se había provisto de un veneno para morir a su lado. Además, Paris, que había venido para depositar flores sobre el féretro de Julieta, se encontró frente a él. Los dos combatieron a muerte, y Paris sucumbió.
Abrió Romeo la cripta; colocó el cadáver de Paris cerca del de Tibaldo; contempló luego el hermoso rostro de su esposa; le dio un beso por última vez y bebió el veneno.
Hacía media hora que Romeo estaba en la cripta, cuando llegó fray Lorenzo en busca de Julieta, porque era ya el momento en que debía recuperar el sentido. Al entrar vio a Romeo tendido cerca del ensangrentado cuerpo de Paris, y comenzó a llamar ansiosamente a Julieta, para que despertase, pues empezaba a dar señales de vida. Despertó la joven, y el religioso le dijo que, si lo acompañaba, le proporcionaría refugio en un convento. Pero al oír ruido de pasos que se acercaban, huyó el fraile.
Cuando contempló Julieta el espectáculo de su esposo muerto y de Paris ensangrentado, desenvainó el puñal de Romeo y, con toda decisión, se lo hundió en el pecho.
Entraron después los guardianes y llamaron a los Mónteseos y a los Capuletos, y fray Lorenzo, que acudió también, explicó la causa de la tragedia a los maravillados oyentes; y cuando el príncipe les reprochó la muerte de los jóvenes amantes por causa de las querellas entre las familias, los Mónteseos y los Capuletos sufrieron igualmente el aguijón del remordimiento.
Montesco erigió a la «leal y fiel Julieta» una estatua de oro puro, y Capuleto tributó a Romeo el mismo honor. Así acabó el odio y la rivalidad de las dos familias.